El apego, construyendo cimientos

Carlos Bagur Taltavull
La relación tan estrecha que tiene lugar entre el bebé y su madre siempre ha suscitado interés a médicos, psicólogos y psicoanalistas. Hasta mitad del siglo pasado han sido muchas las posiciones teóricas que han intentado dar razón de esta relación, poniendo de relieve la importancia de la satisfacción de las necesidades primarias.
Entre teorías conductistas y psicoanalíticas se podían encontrar aproximaciones etológicas que, desde un punto de vista evolutivo, ponían el acento en la consideración de la “conducta social” como “conducta beneficiosa para la supervivencia”. Dentro de esta línea es destacable el trabajo de Harlow sobre las secuelas de la “deprivación afectiva” en monos (esto es: privar del “afecto materno”) (Harlow y Harlow, 1966). En este trabajo se constató que privar del contacto físico a crías de primates tiene efectos perniciosos en su desarrollo, pudiendo llegar a morir a pesar de estar bien alimentadas.
Tras la Segunda guerra Mundial, un médico psicoanalista inglés, Bowlby, recibió el encargo de trabajar con niños afectados por graves problemas emocionales. Muchos de ellos tenían en común el haber sufrido cuidados maternos negligentes. A partir de aquí Bowlby expone su primera teoría sobre el apego (1958), subrayando la importancia del vínculo afectivo con la madre. Elabora un modelo en el que muestra que este vínculo se construye a partir de una predisposición innata del bebé hacia el contacto social. Según este modelo, la respuesta sensible del adulto hace posible que estas conductas se desarrollen, hasta dar lugar en el segundo año de vida a las conductas propias del apego, destacando la búsqueda de proximidad física con la madre. En este contexto, la satisfacción de necesidades primarias como la alimentación sería una conducta más, pero no es la clave de la relación.
Así, el apego en el niño se define por una relación de confianza, de intimidad y permanencia en el tiempo, siendo las dos dimensiones fundamentales: la previsibilidad de la conducta materna por parte del pequeño y el afecto percibido por éste. Esta relación posibilitará que explore confiadamente el mundo, sabiendo que siempre contará con la contención de “alguien” que le quiere y que ese “alguien” siempre va a estar ahí. Además, esta relación también sirve de “espejo” al niño, experimentando éste su bondad original en la mirada de una madre suficientemente buena (winnicott). Es también en esta díada madre-hijo donde se regulará y se pondrán las bases de la autorregulación emocional del niño.
Cabe apuntar por último que aunque Bowlby habla de “madre”, hay que entender aquí el papel del cuidador principal, sea la madre biológica u otra persona.
¿Qué tipos de apego hay?
La clasificación de los estilos de apego se la debemos a los trabajos de Ainsworth (1978), que ideó un protocolo de observación conocido como la “situación extraña”. Éste permite estudiar las reacciones de los niños ante diferentes situaciones amenazantes. Se observan dos conductas que son consideradas el eje del apego: la búsqueda de protección y la exploración del medio. Fue éste el paradigma de investigación que puso las bases para la categorización de tres formas de apego, tres formas a las que se añadiría un acuarta años más tarde:
- Apego seguro
Se da cuando el cuidador satisface suficientemente la necesidad afectiva del niño y actúa de manera previsible para el pequeño. Los niños que tienen un tipo de apego seguro se enfadan visiblemente cuando sus cuidadores se van y están felices cuando estos regresan. Cuando están asustados, estos niños buscarán consuelo del padre, madre o cuidador. El niño está feliz cuando una de estas figuras inicia contacto con él.
Estos padres y madres reaccionan más rápidamente a las necesidades de sus hijos. Los niños con apego seguro son capaces de separarse de los progenitores, buscan el consuelo y protección de los progenitores cuando están asustados, prefieren a los progenitores frente a los desconocidos. Los adultos con apego seguro tienen relaciones de confianza y duraderas, tienden a tener buena autoestima, se sienten cómodos compartiendo sentimientos con personas de su confianza, buscan el apoyo social.
Si bien lo esperado y habitual es formar un vínculo seguro con los cuidadores, por desgracia, esto no siempre sucede. Y dependiendo de la “previsibilidad” y del “afecto” (ambos percibidos por el niño), se desarrollarán otras formas de apego como fruto de la adaptación que el niño, en su nulo repertorio de habilidades, construye para “sobrevivir”.
- Apego ambivalente
Este apego está relacionado con la baja disponibilidad paterna o materna. Los niños, normalmente perciben la conducta del cuidador como imprevisible a pesar de que éste no sea especialmente frío emocionalmente. Estos niños tienden a desconfiar mucho de los extraños. Estos niños muestran una angustia considerable cuando se separan del progenitor o cuidador, pero no parecen tranquilizados ni reconfortados por el regreso del padre o la madre. En algunos casos, el niño puede rechazar pasivamente al progenitor o puede mostrar abiertamente una agresión directa hacia él o ella.
Como adultos, aquellos con un estilo de apego ambivalente, a menudo se sienten reacios a acercarse a los demás y se preocupan de que su pareja no corresponda a sus sentimientos. Esto lleva a rupturas frecuentes. Estas personas se sienten especialmente angustiadas cuando una relación termina.
- Apego evitativo
Los niños con un estilo de apego evitativo no han tenido satisfechas suficientemente sus necesidades de afecto, sus cuidadores son fríos emocionalmente, aunque si son capaces de prever la conducta del cuidador principal. Estos niños tienden a evitar a los progenitores y cuidadores. Esta evitación se suele volver especialmente pronunciada después de un período de ausencia. Es posible que estos niños no rechacen la atención del padre o la madre, pero tampoco buscan consuelo o contacto. Los niños con un apego evitativo no muestran preferencia entre un progenitor y un completo desconocido.
Los adultos con apego evitativo pueden tener problemas con la intimidad, invierten poca emoción en las relaciones sociales y románticas y son poco dispuestos o incapaces de compartir pensamientos o sentimientos con otros.
- Apego desorganizado
El apego desorganizado es el más perturbador. El comportamiento inconsistente por parte de los progenitores podría ser un factor contribuyente en este estilo de apego. Los progenitores que actúan como figuras de miedo y tranquilidad al mismo tiempo para un niño contribuyen a un estilo de apego desorganizado. Debido a que el niño se siente consolado y asustado por los progenitores, se produce confusión. puede estar asociado a casos de maltrato. Estos niños muestran una clara ausencia de apego. Sus acciones y respuestas a los cuidadores son a menudo una mezcla de comportamientos, que incluyen la evitación o resistencia. Estos niños pueden mostrar un comportamiento aturdido, a veces, parecen confundidos o aprensivos en presencia de un cuidador. Los niños con apego desorganizado muestran una mezcla de comportamientos evitativos y resistentes y pueden parecer aturdidos, confundidos o aprensivos. Cuando son algo más mayores pueden asumir un rol parental y algunos niños pueden actuar como cuidadores de los progenitores.
Otro concepto fundamental que introduce Bowlby es el de modelo interno de trabajo. Este concepto hace referencia a los esquemas de relación que, fruto de la experiencia, quedan guardados de forma implícita en la memoria, y que va condicionar nuestras relaciones con los demás y con nosotros mismos. Crea expectativas que filtran y organizan la información, con otras palabras, dotan de significado a la realidad. De este modo un niño con apego seguro al haber experimentado amor incondicional tendrá expectativas que condicionen su forma de interpretar, aproximarse de forma sana al mundo y a las relaciones. Del mismo modo un niño que ha experimentado en su carne la falta de amor tendrá una imagen distorsionada sobre sí, su valía, su capacidad para relacionarse o explorar el mundo.
¿Es inmodificable el apego construido en la infancia?
Por fortuna, a pesar del énfasis que puso Bowlby en la relación madre-hijo, los modelos internos son dinámicos y están en continuo crecimiento en función de las relaciones afectivas que se tengan. Aunque es cierto que las relaciones tempranas actúan como base, sesgando inconscientemente el desarrollo del niño, hoy se asume el apego como un proceso adaptativo en el que hay flexibilidad (Lamb, 1987), (López, 2006). Cabe destacar el papel de experiencias significativas a lo largo del ciclo vital (Waters & cols. 2000). Estas experiencias se tejen siempre en un contexto relacional sano, un proceso en el que la persona se deja afectar por la “mirada” validante y acogedora de otra, que le devuelve la imagen de su bondad original. Y es que los esquemas relacionales se cambian viviendo, experimentando.
Referencias bibliográficas:
García Madruga, J.A. (2017). Psicología del desarrollo. Sanz & Torres.
Hernández Pacheco, M. (2018). Apego y psicopatología: la ansiedad y su origen. Desclée de Brouner.
Aula de juego. (4 de oct. 2018). TALLER 1 CONFIANZA Y AUTOESTIMA Experimento de Harlow. Youtube.
https://www.youtube.com/watch?v=-0XQ-7m06VU