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La terapia centrada en la persona

 

 

 

Iago París

 

Entre los años 40 y 50, Carl Rogers, una de las figuras más importantes de la psicología humanista, desarrolla esta forma de hacer terapia.

La psicología humanista es un paradigma o corriente de la psicología que considera a la persona como un todo al que se tiene que tratar como tal. Por ello rechaza el tratar síntoma a síntoma, la separación entre mente y cuerpo y otras concepciones basadas en atender a las partes por separado habituales de paradigmas preponderantes como el conductismo.

La terapia centrada en la persona se enmarca dentro de esta corriente y consiste en una forma de hacer terapia que pone en el centro a la persona, esto significa que es la persona la que guía la terapia, el terapeuta pasa de actuar como un director (como sucedía en el psicoanálisis y en algunas terapias cognitivas y conductuales) a actuar como un acompañante. La persona, en cambio, cambia del papel pasivo de paciente a uno activo donde se hace responsable de sus cambios. Rogers hace alusión a este punto al decir: “no es que este enfoque dé poder a la persona, directamente no se lo quita.”

 

La base de esta terapia es la asunción de que la persona cuenta con un impulso hacia la autorrealización, esto es, un impulso a convertirse en la mejor versión de sí mismo. Cuando la persona conecta con este impulso es capaz de resolver sus problemas por sí sola, a su manera. El objetivo de la terapia es proveer de condiciones facilitadoras para que ese impulso se exprese sin obstrucción y la persona pueda hacerse cargo a de lo que le está sucediendo. Una de las mayores aportaciones de Rogers ha sido encontrar y describir cuáles son esas condiciones facilitadoras, que son tres:

  1. La autenticidad. El terapeuta se muestra tal y como es ante el cliente, en particular, expresa lo que honestamente siente.
  2. La aceptación incondicional positiva. El terapeuta acepta a la persona sin la condición de que sea de una manera u otra, tal y como es. La parte de positiva añade además un respeto hacia la individualidad de la persona, la creencia de que el mundo es mejor con lo que esa persona tiene de único para aportar.
  3. La empatía. El terapeuta es capaz de ver la mente de la persona en sus propios términos. No es simplemente conectar con las emociones del otro. Es tanto emocional como mental. Es conocer el mundo de la persona a través de los ojos de ella:¿qué significa para ella tirar comida? ¿O perder a una mascota? ¿O llegar tarde? Y a la vez compartir las emociones que siente por ello.

Estas tres condiciones son necesarias y suficientes para que una persona se desarrolle. Este desarrollo se produce de fuera a dentro. La autenticidad del terapeuta fomenta en la persona que se exprese también con autenticidad, que reconozca cuáles son sus deseos y emociones y los exprese tal cual son. La aceptación incondicional positiva lleva a que la propia persona acepte lo que es y se valore como alguien con algo único que ofrecer. Por último, a través de la empatía del terapeuta, de que él vea el mundo interno de la persona y se lo refleje, ella obtiene una visión más clara de su propio mundo interno.

 

Para llevar esto a cabo, una de las herramientas fundamentales es la escucha. Para poder escuchar a otra persona tenemos que:

  1. Querer escucharla.
  2. Poder escucharla. Lo que implica tener atención disponible (ej.: no tener que cuidar de un niño mientras) y no tener expectativas (ej.: escuchar esperando una disculpa por algo sucedido y no estar abierto a lo que el otro quiera decir).
  3. Saber escuchar. Lo que consiste en evitar los bloquear la escucha y conocer cómo mostrar que estamos escuchando.

 

 

Bloqueos de la escucha

Tomando el ejemplo de que la persona escuchada dijera “hace dos meses que me dejó mi novia y todavía me duele” bloquearíamos la escucha al responder de cualquiera de las siguientes maneras:

  • Ordenando. “Deja de preocuparte por eso”.
  • Amenazando. “Como vuelvas a sacar ese tema te dejo de hablar”.
  • Chantajeando emocionalmente. “Me hace sentir mal que me hables de eso”.
  • Sermoneando (“hay que”). “Hay que ser fuerte”.
  • Dando lecciones. “Los duelos suelen durar hasta 3 meses, es normal.”
  • Dando consejos. “Quedar con más gente te sentaría bien.”
  • Animando. “Anímate, que la vida son 2 días”.
  • Con los “A mí también”. “A mí todavía me duele la muerte de mi madre, y hace un año”.
  • Estando de acuerdo. “Es normal que te duela, a cualquiera le dolería todavía”.
  • Estando en desacuerdo. “Yo creo que ya ha pasado mucho tiempo para que te siga doliendo”.
  • Recabando información. “¿Estabais viviendo juntos?”.
  • Cuestionando/acosando. “¿Y para qué me lo dices?”.
  • Interpretando. “Eso es porque os acostasteis muy pronto y os apegasteis”.
  • Desviando. “Vamos a comer pizza”.

 

Los bloqueos de la escucha envían un mensaje por debajo que interrumpe la escucha, en particular, haciendo que el otro no se sienta escuchado. Por ejemplo, al ordenar o desviar el mensaje subyacente es “lo que dices no es importante”. Pueden ser más difíciles de ver casos como estar de acuerdo, aquí el mensaje subyacente es el mismo que al estar en desacuerdo y es: “yo decido si lo que te pasa es válido o no”.

Lo que tienen en común todos los bloqueos de la escucha es que quien está escuchando se está metiendo en medio, escuchar es quitarse uno de en medio. Antes de continuar, matizar que esto no significa que debamos dejar de hacer todo esto en nuestras conversaciones. Al hacerlo, no escuchamos, simplemente, escuchar es una elección, para bien o para mal, y una conversación no tiene por qué consistir en estar a la escucha todo el rato.

 

Hemos revisado qué no hacer, ¿y qué podemos hacer para escuchar?

Utilizar lo que se conoce como reflejo. El reflejo es una técnica que consiste en poner por palabras los sentimientos y pensamientos que recibimos del cliente y devolvérselos sin añadir interpretación o juicio. Para este ejemplo podríamos decir: “te gustaría estar en paz con que te haya dejado tu novia” o “te sientes mal porque hayan pasado dos meses y todavía te duela la ruptura”. Esto lo ofrecemos a dictamen del otro, que es quien decidirá si “Sí, es justo eso” o “No, no es que me sienta mal, es que me da rabia”. A medida que la conversación avance, si queremos, podemos y sabemos escuchar, iremos conociendo más a la persona y recibiendo más síes. Por el otro lado, al escucharle sin entrometernos el escuchado sentirá la aceptación incondicional positiva y la empatía que Rogers declara vitales para una relación fructífera y en última instancia, para el cambio.

 

 

Bibliografía

Carl, R., & Wainberg, L. R. (2011). El proceso de convertirse en persona. Ediciones Paidós

Menchaca, B. R., & Gutiérrez, L. Á. S. (2014). Introducción a los tratamientos psicodinámicos, experienciales, constructivistas, sistémicos e integradores. UNED